Son las 3 de la mañana y todo el mundo bailando y todo el mundo bailando
Aaaah, no, no era así…
Son las 3 de la mañana y me doy vuelta en la bolsa de dormir, afuera se escucha el incansable viento patagónico. De repente me doy cuenta por qué me desperté. Suavemente se escucha una voz, nuestro guía, que nos dice que nos levantemos. Ya es hora, hoy es el día del ataque a cumbre, el día por el cual tanto nos esforzamos durante tanto tiempo. El cierre de un proyecto de incontables pasos, ampollas y, hay que admitirlo, muchos pesos invertidos.
Un poco aletargado por el sueño empiezo a cambiarme dentro de la bolsa de dormir. Sabiendo que una vez que abra ese cierre no hay vuelta atrás, una vez abierto dejaré de lado el confort y calorcito que me brindó la bolsa para encarar la noche y el ascenso.
Si bien está fresco no está helado. El volcán nos sigue tratando con paciencia y nos permitió dormir bien con temperaturas que rondaron los 5 grados bajo cero. El día anterior fue hasta caluroso se podría decir, las 4 horas de recorrido hasta la zona de los domos pasaron bastante rápido, un poco de viento nos ayudaba a mantenernos frescos, por más pesadas que resultasen las mochilas. Luego de la “espina de pescado”, en el “desvío de mulas” paramos un rato cuando pasaron unos cóndores que utilizaban las corrientes cálidas ascendentes para ganar altura.
Ya cambiado y con todo el equipo nos dirigimos al domo comedor para un desayuno a la luz de las frontales. Algunos charlan, otros ríen y cuentan anécdotas, la mayoría está abstraído en sus propios pensamientos. La tensa calma antes del inicio. Afuera sopla el viento.
“Salimos, a ponerse los grampones y agarrar las mochilas” dice a viva voz el guía y empezamos a prepararnos para caminar. Veo la hora y son las cuatro y cinco minutos, vamos tarde, pienso para mí y me apuro para ajustar bien los grampones. Tiro de un lado, tiro del otro y al final ajusto. Tal y como ayer nos explicaron (por enésima vez), guardo el excedente de cinta en la polaina y me debato sobre qué cantidad de abrigo usar. “Hay que salir con sensación de frío” me resuena en la cabeza la frase célebre de los guías. A regañadientes decido sacarme la pluma, sabiendo que es lo correcto, pero sin embargo dudando sobre cuanto frío voy a pasar hasta que el ritmo me haga entrar en calor.
Finalmente, 4:15 salimos. El viento, nuestro fiel compañero, nos hace zumbar los oídos aún a través del casco, gorro y cuellito. El grupo va en silencio, cada uno en su cabeza. Intento entablar conversación con mi compañera de adelante, no parece muy interesada o le falta el aire como para seguir charlando y pronto la conversación decae. Pasa cerca de una hora y nos acercamos al refugio C.A.J.A. según nos comentan los guías. Yo sigo sin verlo, pero poco me importa ya que dijeron las palabras mágicas “descanso”. Como vengo en el pelotón de la comitiva paro relativamente rápido y repaso mentalmente el check list que nos contaron los guías “Baño, agua, comida y repaso de abrigo”. No es una necesidad la primera así que tomo un trago de agua y me como un par de caramelos, de abrigo estaba bien. Antes de arrancar los guías nos informan que unos compañeros van a descender, ya que no se sentían bien. Nos recuerdan el ratio (4 clientes por guía máximo) y que seamos conscientes que nuestras decisiones afectan a todo el grupo.
Luego de diez minutos continuamos caminando, ahora hacia el Plateau (plató para los amigos). Este tirón promete mucho, al finalizar llegaremos a un cambio de pendiente justo con el amanecer. Mientras ascendemos por el nevé vamos utilizando la huella generada por expediciones los días anteriores. Agradecidos por el esfuerzo reducido y un poco mas animados la charla vuelve a aflorar. Cada varias “zetas” nos cruzamos con un surco que desciende directo por la pendiente. Las huellas del culopatín que en el descenso nos van a alivianar muchas horas de caminata. De pronto se hacen las 6 de la mañana y el sol empieza a asomarse a nuestra izquierda. El hecho de poder ver que nos falta hacia arriba y cuanto ascendimos tiene efectos diversos en el grupo. A algunos nos motiva, el objetivo se ve claro, incluso “cerca”. A otros los desmoraliza un poco al ver que no hemos avanzado tanto como creían.
La pausa en el plateau se me hace eterna, descubro que se me congeló la manguera del camelback (a pesar de la funda de neoprene que tiene). Así que no queda otra mas que soplar el hielo dentro de la bolsa para que vuelva a salir el líquido. El viento finalmente amainó un poco y junto al cielo despejado nos dejó una vista increíble del amanecer hacia el Este y la sombra del volcán hacia el Oeste, tapando el Villarrica.
Del plateau a la entrada de la canaleta el recorrido se me hace eterno. No sé si es la altura, la fiaca que me está entrando o qué. La única cosa que puedo solucionar es el hambre así que me como un par de caramelos mientras continuamos la lenta marcha.
Ya entrando a la canaleta los guías vuelven a hacer hincapié en la seguridad y como esta zona es de gran exposición el grupo debe mantenerse lo mas unido posible. Al igual que en el nevé anterior la huella de ascensiones previas facilita mucho el camino y, si bien la pendiente es bastante pronunciada, antes de darme cuenta ya estamos en la siguiente parada llamada “el hombro”. El pequeño dolor de cabeza que tenía allá por la base de la canaleta ahora es un dolor de cabeza con todas las letras. Se lo comento a los guías y ellos lo aducen a la deshidratación leve que debo tener. Después de todo no vengo hidratando como debería (maldito camelback congelado), me convidan agua y prometen que en el descenso el dolor se irá rápidamente.
El hombro es un pequeño escalón que va mutando año a año de acuerdo a la cantidad y calidad de nieve según nos cuentan los guías. Este año no presenta una mayor dificultad, son 3 pasos medio largos y ya estamos arriba. De ahí discurre una huella serpenteante que encara a la precumbre. Pese a estar advertido me ilusiono con que ya estamos y al continuar ascendiendo me doy cuenta que no es así. “Ya estamos” me dice un compañero, aunque técnicamente no llegamos lo cierto es que ya no falta nada. Unos últimos minutos caminando y ahora sí coronamos la cumbre. Abrazos, besos y lágrimas fluyen de a montones. Acá mi editora me dice que debo describir más las sensaciones en la cumbre. Realmente es difícil, cada uno siente algo distinto. Los porqués del ascenso son infinitos o ninguno y ambas opciones son más que válidas. Para mí llegar a cumbre del Lanín por primera vez fue una mezcla de alegría y orgullo. Me plantee subirlo principalmente para ver hasta donde podía llegar mi cuerpo y ahí estaba, “entero”, y con ganas de seguir. Seguir y buscar el próximo desafío.
La cumbre es mucho más grande de lo que me imaginaba. Como el tiempo está muy lindo tenemos el lujo de poder recorrer y disfrutar las vistas para todos los puntos cardinales.
Veinte minutos pasan volando y de pronto tenemos que emprender el regreso. “El tiempo nunca sobra en la montaña” nos recuerda un guía, así que por más que hayamos hecho un buen tiempo a cumbre tenemos que empezar a bajar así llegamos con tiempo a los refugios y luego la base. El descenso de cumbre al plateau pasa volando. Tantas horas de esfuerzo para ascender y bajando no demoramos mas de hora y media. Ahora sí la charla, las risas y los chistes abundan. Todos estamos extasiados de haber cumplido el objetivo. Bueno, la mitad del objetivo. La cumbre está en casa, o en este caso la cumbre esta en el hotel en San Martín de los Andes, mas precisamente en el hidromasaje de la habitación del hotel.
Pasando el plateau llegamos a la esperada zona del culopatín. Luego de unas breves instrucciones y de adecuar nuestro equipo nos preparamos para ir bajando de a uno. Sacamos los grampones y guardamos los bastones en la mochila. La piqueta hará las veces de reductor de velocidad y freno de emergencia. Enganchamos el asa del culopatin en la cintura de la mochila y nos ponemos en hilera para descender. Cuando llega mi turno con escaza confianza a mi capacidad de deslizar apoyo el culo en la nieve y de repente me encuentro bajando metros de desnivel con un mínimo esfuerzo. Si bien mis dudas eran infundadas no estaba del todo equivocado. Digamos que la traza del culopatín era más “M” que “XL” que era lo que yo necesitaba. De todas formas, jugando un poco con la posición de los pies, encuentro una forma de descender relativamente cómodo y con control. Los culopatines se dividen en varios tramos y en cada uno hay un guía esperando y supervisando que los clientes adultos ahora transformados en excitados niños no se tiren muy juntos, o si es que hacen trencito que no descarrilen de inmediato. Un par de bajadas después llegamos a las inmediaciones del refugio. Esperamos a reunir todo el grupo mientras nos sacamos la nieve que, de alguna misteriosa forma, logro entrar en TODOS lados.
Una vez reunido el grupo y quitada la nieve seguimos el descenso caminando nuevamente. Al llegar al refugio nos esperan nuestros compañeros que descendieron en la madrugada con una abundante picada. Ahí me doy cuenta de un par de cosas, primero tengo un hambre y una sed tremenda y segundo mi dolor de cabeza desapareció hace varios metros de altura.
Panza llena corazón contento dice el dicho. El detalle está en que cuando todavía quedan 3 horas de caminata la panza llena puede llegar a pesar mucho. Con pereza armamos las mochilas, armar quizás es demasiado para lo que hacemos. Metemos las cosas a la fuerza y empujones, respetando mínimamente el orden que deben tener. Ya no importa mucho, en pocas horas estaremos abajo y habremos finalizado con éxito el desafío.
Iniciamos el descenso y nos vamos cruzando los grupos que suben, intercambiamos saludos y veo en ellos la misma expresión que tenía yo el día anterior. Esa mezcla de emoción, miedo y alegría que nos produce la montaña. Mi cara (creo) refleja alegría, pero siendo sincero probablemente sólo transmite el dolor de pies que siento. La bajada transcurre sin notables sucesos, pasamos el desvío de mulas y la espina de pescado. Antes de entrar al bosque el guía nos sugiere que veamos hacia atrás y observemos donde hace apenas unas horas estábamos. Creo que nunca lo había visto tan alto al volcán
El recorrido del bosque y el camino vehicular por alguna cuestión mística, mágica o cuántica se me hace eterno, lo que lleva realmente una hora de caminata fueron como cinco para mí. Pero finalmente llegamos a la tranquera del inicio del recorrido y a la camioneta que nos está esperando. Llego, revoleo la mochila como si no pesara más que 2 kilos y me quito las botas ya que mis pies lo demandaban. Nueva ronda de abrazos y felicitaciones para todos.
Armamos una ronda y mientras un guía coordina la elongación el resto empieza a acomodar los bártulos de equipo que debemos devolver. Finalmente organizamos para cenar todos en San Martín, algunos prometen borrachera y baile, yo mas conservador me contento con unas pintas y unas 14 horas de sueño. Una vez todos de acuerdo nos subimos a las camionetas y emprendemos el camino al pueblo. Y así como quien no quiere la cosa la aventura y el proyecto de tantos meses se da por terminado. Para varios es simplemente el principio de su vida en el montañismo y para otros el volcán era el único objetivo y una vez cumplido ya pueden colgar las botas y recordar las anécdotas. Personalmente tengo la certeza que este es el primero de muchos ascensos por venir.
Este pequeño relato es un humilde intento de transmitirles las sensaciones que uno pasa en sus primeros ascensos al volcán Lanín. Si les agrada tenemos muchísimos recorridos, ascensos y anécdotas que podríamos contar. Como siempre aceptamos sugerencias de temas para explicar o en este caso montañas para comentar, ya sea la dinámica del ascenso como relatos de nuestras experiencias. No olviden comentar, likear, prender la campanita y suscribirse (le pintaba youtuber…) Gracias por leernos!